En una de las aulas de la Escuela Marcelino Champagnat los lunes y jueves suena rock nacional. Son los chicos y las chicas de la banda Los Leones del Oeste, del taller de música que funciona fuera del horario de clase, y que por estos días —acompañados y guiados por sus profesores— ensayan para la fiesta de fin de año de la escuela. Descubrieron que cantar, tocar el bajo, la guitarra o la batería les gustaba más que quedarse durmiendo por las mañanas, también que pueden compartir la música con sus compañeros y además los felicitan cada vez que los escuchan tocar. Llegan más temprano, preparan los instrumentos, afinan guitarras y conectan amplificadores. Se nota que el trabajo es en equipo.
“Es importante que logren darse cuenta y apreciar las capacidades ilimitadas que tienen de aprender y seguir creciendo, más allá de su condición social. Se trata de brindar posibilidades, esas que todos tenemos pero que siempre requieren de alguien que las habilite, sobre todo en la escuela que debe ser inclusiva y acompañar ese proceso. Quizás alguien no sea bueno en matemática o lengua, pero tiene una capacidad asombrosa para soldar, cantar o tocar un instrumento, y en este caso desarrollarse en lo artístico”, afirma Mario Alarcón, profesor del taller de música de la Escuela Nº 1422 Marcelino Champagnat, ubicada en la zona sudoeste de la ciudad. Por la banda pasaron alumnos que hoy ya terminaron la escuela, algunos encontraron el camino por el lado de la música, pero casi todos recuerdan las prácticas en el taller y se acercan a saludar cada vez que pueden.
“Todos los logros llegan en virtud del trabajo y del esfuerzo, más allá del talento”, agrega Eduardo Cáceres Sasa, también profesor del grupo, y compañero de Alarcón en casi todos los proyectos que emprendieron desde la adolescencia. “Nuestra modalidad de enseñar es más bien pragmática y muy exigente, pero da resultado, no se trata solamente de que un chico quiera sino que pueda, tampoco es sólo una cuestión de medios sino de resultados. Todos tocan y todos prueban”, opina. Mario y Eduardo se muestran entusiasmados y apasionados con esta propuesta que ya lleva varios años pero que aún disfrutan con la misma intensidad, quieren contar lo que hacen estos chicos de la escuela de Rueda al 4500; y también destacan que no hay grupo sin estrella. Así se refieren a Solange Godoy, una adolescente de 15 años que tiene una discapacidad y logró convertirse en la cantante de la banda.
Salir a tocar.
Como cualquier banda de música, la idea es mostrar lo que hacen, los profesores dicen “que está bueno tocar y ensayar pero hay que salir”. Tocaron en el Distrito Oeste, en centros comunitarios, escuelas y plazas. La idea que proponen los profesores, tanto para los ensayos como en las presentaciones, es que el grupo rote por los distintos instrumentos, y esto hace que la gente se sorprenda cada vez que los escuchan tocar. Integran el grupo alrededor de quince alumnos y alumnas del nivel secundario, aunque el día que La Capital presenció parte del ensayo, no estaban todos, y Milagros y Solange fueron las únicas chicas presentes.
“Notamos que se apasionan con la música, pero a veces por desconocimiento o timidez les cuesta entrar al taller”. La semana próxima tocarán en el acto de colación de los alumnos de 5º año de la escuela Champagnat, será en el auditorio del Colegio Maristas, de cuya congregación depende la institución. El miércoles 6 será en la propia escuela y el jueves 7 en la sede de Maristas.
“Buscamos temas que técnicamente no sean difíciles y que tengan pocos acordes, así logran tocar rápido, y no estamos tanto tiempo estudiando una escala o un acorde. No hacemos mucho hincapié en el tema de la lectoescritura, estamos más abocados a la cuestión práctica, con bases armónicas de pocos acordes, así enseguida se entusiasman, y tocan una canción”, explica Mario. Los temas no fueron elegidos al azar, todos tienen un mensaje. Interpretan a Charly, Calamaro y también algunas cumbias de Los Palmeras, pero el tema que más le gusta al grupo es “A dónde está la libertad”, de Pappo.
Aprender practicando
Ensayan dispuestos en ronda, así todos aprenden un poco del otro. “Lo importante es que se animen y vayan tocando. Acá los primeros payasos somos nosotros, entonces después se animan a mostrar lo que cada uno sabe hacer”, señala Eduardo respecto de la confianza que generan los jóvenes a partir de las prácticas.
“La escuela tiene que cambiar, ser un poco más abierta respecto de los intereses de los jóvenes y darles oportunidades, por eso sostenemos esta idea, de que los chicos estén adentro de la escuela y no en la calle, sea haciendo un taller de música, soldadura o carpintería. Todas los colegios que como el nuestro se ubica en un contexto social humilde y complejo deberían adoptar esta impronta. Hay una relación muy piola con los pibes, algunos incluso ya terminaron la secundaria, y continúan visitando la escuela, pasan a saludar, o a escuchar los ensayos”, dice el profesor de música del secundario que enseña en la Champagnat desde el 2001.
El proyecto surge hace seis años financiado por un banco. “En principio se trató de un taller de cajones peruanos, pero una vez que agotamos todas las posibilidades de tocar y viendo la facilidad que tenían para la percusión, se nos ocurrió traer un bajo, una guitarra eléctrica y un amplificador; también empezamos a probar con un redoblante murguero hasta que logramos comprar algunos instrumentos que hoy quedan en la escuela”, explican los profesores que también se dedican a la percusión y la luthería.
Si bien recibieron algunas donaciones de instrumentos, siempre están interesados en sumar muchos más. “Por supuesto que el mérito es mucho mayor cuando las horas de ensayo son sólo las que ofrece el taller pero si logramos que practiquen en sus casas, todo resulta más sencillo, y estarán mucho más motivados”.
Querer y poder
“A veces es complicado aprender y otras no”, y en esto coinciden todos los integrantes de la banda, varios chicos incluso tienen pensado armar un grupo por fuera del taller. “Como aprendimos juntos podemos seguir juntos”, dicen los pibes. El profe Eduardo valora este pensamiento y también la inquietud que siempre tienen de progresar. “Logramos inculcar algo que parece que pasó de moda y es que para aprender hay que estudiar, hay jóvenes que creen que para aprender a tocar un instrumento sólo hay que ir a la clase. Estos chicos y chicas nos demuestran en cambio que querer es poder”.
Al decir esto, las miradas se concentran nuevamente en Sol —como la llaman a Solange—, la cantante de la banda. Ella nunca deja de sonreír, y sigue con entusiasmo cada indicación de sus profesores, querida por sus compañeros y docentes, todos valoran su desempeño, y que sin que su discapacidad se volviera un obstáculo, logró hacer lo que más le gusta: cantar. La adolescente integra “Los leones…” desde hace tres años, pasó a 4º año, y cuenta que descubrió el grupo cuando estaba en 7º grado. “Me gusta cantar desde chica pero cuando escuché a la banda en una de sus presentaciones, me di cuenta que quería estar ahí”. Sol sueña estudiar canto cuando termine la secundaria, su música preferida es el pop y Carlos Baute, su cantante favorito. Durante los ensayos el profe Mario acompaña su canto, principalmente en esos tonos que cuesta adaptar su voz.
Quienes tocan la guitarra o el bajo también siguen a su profesor, un recurso que los ayuda cuando se pierden o ponen nerviosos.
Alex, otro de los chicos de la banda, es alumno de 2º año y se apasiona cada vez que toca la batería, reconoce que le gusta el rock pero prefiere la música electrónica. “Vine porque empecé a tocar el bombo, y después quise probar la batería y le agarré la mano rápido”, cuenta Alex que participa del taller desde el año pasado. Héctor es el hermano de Sol, y también se entusiasmó con la batería, dice que tocar y coordinar con sus compañeros no es tan fácil, “si nos equivocamos el profe nos reta”, admite con gracia.
Sin embargo, los maestros de música aseguran que son los bateristas quienes mejor se aprenden las partes, prestan más atención pero también se enojan cuando algún compañero se equivoca en un acorde. Entre risas y anécdotas, recuerdan que durante una presentación Héctor puso tanta energía al tocar la batería que se acalambró la pierna.
En el grupo también descubrieron a un bailarín: Miguel, “la otra estrella”, dicen sus profesores. “Durante la clase, una vez nos preguntó si podía bailar como Michael Jackson y todos quedamos boquiabiertos. Tiene horas de estudio de este baile en su casa, frente a la computadora, en el anonimato, y de repente un día bailó en un acto y lo ovacionaron. Nuestro Jackson trascendió la puertas de la escuela”, remarca orgulloso su profesor. Además del baile, Miguel cuenta que siempre quiso aprender a tocar la guitarra, tenía ganas de venir pero recién este año se decidió. Alexis también lo hizo este año, y la guitarra eléctrica es su instrumento preferido.